Hoy es nuestro día, el día de mi tierra. esa tierra a la que algunos les gusta hablar y no precisamente bien.
Pero que para mi es el lugar más maravilloso de mundo. Ese lugar que cuando te vas, y recuerdas su olor, su sabor y su gente, te dan unas grandes enormes de volver, y cuando vienes de camino de un viaje miras al cielo, abres las ventanillas y dices si ya estamos en Andalucia... Mi Tierra...
Tiene Andalucía una cosa señores
Tiene una mirada y un arte al andar
Seguro que no has visto en ninguna otra parte
Solo en esta tierra lo vas a encontrar.
Tiene poesía el habla de su gente
De corazón grande y de sangre caliente
Tiene una belleza y es de alma profunda
Tenemos gente llena de sabiduría
Somos la tierra que rebosa la alegría
Y las ventanas las tenemos siempre abiertas
para darle paso a una vida nueva.
Tiene una mirada y un arte al andar
Seguro que no has visto en ninguna otra parte
Solo en esta tierra lo vas a encontrar.
Tiene poesía el habla de su gente
De corazón grande y de sangre caliente
Tiene una belleza y es de alma profunda
Tenemos gente llena de sabiduría
Somos la tierra que rebosa la alegría
Y las ventanas las tenemos siempre abiertas
para darle paso a una vida nueva.
Sevilla...
EL BUEN SEVILLANO NO TIENE POR QUÉ…
El buen sevillano no tiene por qué ser cofrade, pero si no sabe lo que es el olor a cera e incienso, no es buen sevillano. Y si la carne no se le pone de gallina al escuchar Saeta en la Cuesta del Bacalao, tampoco es sevillano. Y es que el sevillano tampoco tiene por qué tener caballo y caseta; pero si nunca ha quedado en la caseta de información de enfrente de la Portada de la Feria, no es un buen sevillano. Y si a los 15, no quedó en la de Pineda, menos sevillano es. Un sevillano no tiene por qué ser del Sevilla o del Betis, pero si no le tiene coraje a alguno de los dos, no es de Sevilla. El buen sevillano no tiene por qué ser del Centro o de los Remedios, pero si no ha tomado un bocadillo en el Baldo, unos pajaritos enca’ Ruperto o unos caracoles en el Cateto, no es un buen sevillano.
El sevillano no tiene por qué ser aficionado a las corridas de toros, pero si no se ha corrido una buena juerga por El Aranal no es un buen sevillano; porque el sevillano no sale más que otro españolito, pero cuando sale, sale. Y si no ha empezado de cervezas en el Salvador, cuestiona también su sevillanía. El sevillano no tiene por qué tener fincas, pero si no se la ha cogido doblada en alguna, tampoco es buen sevillano y, por supuesto, el sevillano no tiene por qué ir de chaqueta a la Feria, pero si no lo hace, y sus amigos no se lo reprochan, tampoco éstos son buenos sevillanos. Y el sevillano sabe que en su ciudad no hay playa, pero si algún amigo onubense no se lo ha recordado más de trescientas veces, es que no es muy sevillano.
El buen sevillano no se enamora a la primera, ni a la segunda, pero si no le ha dicho guapa a más de tres mujeres al día, tampoco es un buen sevillano. El sevillano no es que sea adulador, es que aprecia la belleza por encima de sus posibilidades. Y sino es así, tampoco es buen sevillano. El sevillano si te dice que le gustas, le gustas, porque otra cosa no, pero claro, lo que se dice claro, es el sevillano. Porque si el sevillano te dice que te quiere y le gustas, da igual la cara que le pongas, porque a él le entra por un oído y le sale por otro. Porque le gustas y te quiere, y porque el sevillano no es pesado cuando quiere algo; el sevillano es “jartible”. Pero tan “jartible” que acaba consiguiendo casi todo lo que se propone.
El sevillano no tiene por qué amar su ciudad, pero el buen sevillano ama su tierra. El sevillano no tiene por qué hablar siempre bien de su tierra, pero el buen sevillano no permite que otro la critique; porque el buen sevillano quiere a Sevilla como a un hermano: con derecho a pegarle, pero con licencia para matar al extraño que se atreva a tocarlo. El buen sevillano sabe que su ciudad es la más bonita del mundo, pero sabe que la quiere como a un hijo: sabiendo que las hay más bellas; pero que, para él, es la más increíble de la tierra. Porque el sevillano no se cree el ombligo del mundo pero, si no le cuesta imaginarse morir en otro sitio que no sea Sevilla, directamente, no es de Sevilla.
El buen sevillano no tiene por qué ser cofrade, pero si no sabe lo que es el olor a cera e incienso, no es buen sevillano. Y si la carne no se le pone de gallina al escuchar Saeta en la Cuesta del Bacalao, tampoco es sevillano. Y es que el sevillano tampoco tiene por qué tener caballo y caseta; pero si nunca ha quedado en la caseta de información de enfrente de la Portada de la Feria, no es un buen sevillano. Y si a los 15, no quedó en la de Pineda, menos sevillano es. Un sevillano no tiene por qué ser del Sevilla o del Betis, pero si no le tiene coraje a alguno de los dos, no es de Sevilla. El buen sevillano no tiene por qué ser del Centro o de los Remedios, pero si no ha tomado un bocadillo en el Baldo, unos pajaritos enca’ Ruperto o unos caracoles en el Cateto, no es un buen sevillano.
El sevillano no tiene por qué ser aficionado a las corridas de toros, pero si no se ha corrido una buena juerga por El Aranal no es un buen sevillano; porque el sevillano no sale más que otro españolito, pero cuando sale, sale. Y si no ha empezado de cervezas en el Salvador, cuestiona también su sevillanía. El sevillano no tiene por qué tener fincas, pero si no se la ha cogido doblada en alguna, tampoco es buen sevillano y, por supuesto, el sevillano no tiene por qué ir de chaqueta a la Feria, pero si no lo hace, y sus amigos no se lo reprochan, tampoco éstos son buenos sevillanos. Y el sevillano sabe que en su ciudad no hay playa, pero si algún amigo onubense no se lo ha recordado más de trescientas veces, es que no es muy sevillano.
El buen sevillano no se enamora a la primera, ni a la segunda, pero si no le ha dicho guapa a más de tres mujeres al día, tampoco es un buen sevillano. El sevillano no es que sea adulador, es que aprecia la belleza por encima de sus posibilidades. Y sino es así, tampoco es buen sevillano. El sevillano si te dice que le gustas, le gustas, porque otra cosa no, pero claro, lo que se dice claro, es el sevillano. Porque si el sevillano te dice que te quiere y le gustas, da igual la cara que le pongas, porque a él le entra por un oído y le sale por otro. Porque le gustas y te quiere, y porque el sevillano no es pesado cuando quiere algo; el sevillano es “jartible”. Pero tan “jartible” que acaba consiguiendo casi todo lo que se propone.
El sevillano no tiene por qué amar su ciudad, pero el buen sevillano ama su tierra. El sevillano no tiene por qué hablar siempre bien de su tierra, pero el buen sevillano no permite que otro la critique; porque el buen sevillano quiere a Sevilla como a un hermano: con derecho a pegarle, pero con licencia para matar al extraño que se atreva a tocarlo. El buen sevillano sabe que su ciudad es la más bonita del mundo, pero sabe que la quiere como a un hijo: sabiendo que las hay más bellas; pero que, para él, es la más increíble de la tierra. Porque el sevillano no se cree el ombligo del mundo pero, si no le cuesta imaginarse morir en otro sitio que no sea Sevilla, directamente, no es de Sevilla.
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